Algunos nacieron para desafinar, creyendo que así el camino los posiciona en un lugar de
astutos y raros. Pero quien crea una obra sabe muy bien cómo defenderla, quien
se aprovecha de la obra de otros, falla en la segunda pregunta.
Cada paso que dan es un LA en 440.
Generan confusión, tensión, enojos temporarios, dolor de panza y se te llenan los ojos de lagañas si por casualidad te mantienen la mirada.
Son como los Leprechaun, donde los enfoques, desaparecen.
Lo que quieren es dejar su huella, una huella literal, como las del paseo de la fama de Hollywood, pero pies en vez de estrellas. Y ya cuando la estrella de uno se descuelga del cielo para convertirse en pie, la distorsión pasa de aplaudible a repudiable.
No hay cura para los desafinados, si pudieron robarle 8 Hz a la humanidad en su propia cara y hasta
ahora nadie hace nada por ello, ¿quiénes se van a ocupar de darle cura y
rehabilitación a los que componen la música de su vida bajo las negras nubes de
una tormenta eléctrica sentaditos en un bote en altamar?.
Otros, desafinamos por
imposición. Pero somos de los que, como hormigas en el desierto, nos
enchufamos a 432 y dejamos que el sol nos reviente los ojos. Le hacemos frente,
y si duele, es mejor que duela lo que viene de lugares llenos de colores y
olores, a que duela un relámpago en el medio de la Ruta 9.
Hay quienes se ajustan el cinturón, yo, me zambullo en él.
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