Cuando uno realmente se pone a pensar el sentido de lo
conocido y establecido, entiende que algo cambia, que algo se libera y las
cortinas se empiezan a correr.
Dejamos pasar muchos bondis que nos podían meter en nuevos
caminos, simplemente por creer que esperando el directo se iba a llegar
triunfante y radiante, y en verdad, el destino siempre es el mismo.
Nos subimos tratando de encontrar asiento, si es mejor del
lado de la ventanilla, donde el solcito pega rico.
Después de tanta acomodada,
buscamos la música que nos aísle para cerrarle los ojos al sol por el que tanto
empujamos. Y no va a ser la primera vez que te despierte un golpe de palmas
acompañado de un “destiiiinoooo”, teniendo que bajar por la puerta de atrás, con
la sensación de que te olvidaste de algo.
Es mentira que el tren no vuelve a pasar, los trenes pasan,
todo el tiempo. Mientras uno se rasca el ombligo intentando escalar un tobogán
de abajo hacia arriba, del otro lado del arenero las hamacas se siguen moviendo
y pasan por ellas miles de personas al mismo tiempo. Y uno se mira la barriga y
piensa.. y piensa.. y piensa.. . Y así estamos de tanto pensar, con el dedo
metido en el ombligo ya inmóvil que ni siquiera nos satisface con una rascada.
Pero es necesario reaccionar y pensar que si todavía sigo mirándome
el ombligo quiere decir que por esta parada mi bondi no pasa. Hay que caminar
unas cuadras más y fijarse qué otro te lleva, y dejarse llevar.