martes, 1 de octubre de 2013

Vivir del miedo

Claro que a veces tengo miedo, muchas veces tengo miedo.

Miedo a no sentir la intención de un beso, a no percibir el calor de un brazo sobre mis hombros.

¿Te imaginas nunca más volver a sentir que la piel se te eriza?.

No podría vivir sin que el viento me traiga algo que me endulce los oídos y me llene de agua los ojos en forma de erupción, esperando estallar y mostrarse deslizante entre los años que mi cara carga.

Que nadie me deje sin sentir ese despertar cansado, luego de dormir incómoda en una cama de una plaza llena de amor. Que nada haga que me pierda de moverme  con cuidado para no despertarte y aún así hacerte abrir los ojos, y ante mi cara de “te juro que intenté no despertarte” tu cuerpo entibie mi frío de culpa.

¿No sentir que me sobra espacio en el cuerpo cuando alguien se va y ni siquiera parpadear para no perderme ni un segundo de luz? No por favor, eso tampoco lo quiero perder.

El miedo de que se queme la bombita del mundo y algún día dejes de hacerme reír, de hacerme caminar, llorar y enojar tanto que termine confundida sobre el motivo principal del enojo. Ese miedo si que da miedo.

Déjenme así. Déjenme sentir. Prefiero temblar de miedo porque el eco del universo se deje de sentir y me atornillo las patas en el medio del ciclón con tal de que no me lleve volando todo lo que el frío y el calor me hacen sentir.


Eso si, no me apaguen la luz de la pieza si no tengo sueño, porque ante la inmensa oscuridad, sinceramente, no se que hacer.