Siempre pidiéndole a algo que nos de otra cosa.
Y así le recé en la cocina, ingenuamente, a un dios pagano
pidiendo un poco de explosión. Esa interminables ganas de estallar y que se
desparrame en un abrir y cerrar de ojos, lo que con tanto esfuerzo uno
contiene.
El lugar se convirtió en aquel aguantadero de El Globo en el
medio de Boedo, casi que camuflado como el sótano de Ana, donde puertas adentro,
un mundo paralelo sucedía.
Y nos ensuciamos de rock, del más pesado, de ese que te moja
la espalda, pero que al rato se endurece. Como el amor que pasajeramente te
pellizca el culo con una sonrisa que termina en carcajadas de ira.
Con los brazos apretados y la cabeza buscando el aire que a
esa hora ya no corre.
Caer en un sueño de esos que no te dejan dormir, y que los
bondis acompañan al son de la desesperación, de despertar y sentir, que a veces
lo que se pide de rodillas, te condena aún estado erguido.