lunes, 11 de abril de 2016

SobreSaltos

Se despertó por cuarta vez en la noche y todavía no eran las 3 de la mañana. Algo bastante denso estaba ocupando la habitación, metiéndose en su sueño y dejándola en un estado de alta sensibilidad y debilidad, de acceso. Ésta vez fue la sábana zafándose del colchón, lo peor que le puede pasar cuando sus pies sudan hielo. Intentó con el dedo gordo, haciendo una especie de pinza con el mayor, pero ya al pensarlo se notaba el fracaso. 
Así que se sentó en la cama y por debajo del acolchado intentó solucionar el inconveniente recurriendo a una pose de pilates, en la que sabía que más que a sus rodillas, los brazos no le llegaban. Hizo de todo para no bajar los pies de la cama y comenzar, por cuarta vez, a temblar como las casi transparentes cortinas cuando hay tormenta. Temblar pero no saber por qué. Si por algo terrible que sucederá en instantes, o por algo que la hizo razonar en sueños soluciones aparentes en la realidad, de ellos. Pero siempre temblar es de miedo a primer golpe de vista, de llanto apretado, que como goteras en inviernos de baldes y ollas, comienzan a desbordar el todo ya completo y lo que sigue es temblor. Temblar de lágrimas pegando de un lado al otro pidiendo a golpes que las dejen salir, y que nunca más las tenga tanto tiempo ahí apretadas, no sea cosa que en vez de a los ojos se vayan al corazón y no volvamos de la inundación. Y bueno, de última, estaba en su cama ésta vez, en su habitación y con la mitad del colchón ocupado (ser que camaleónicamente se camufla en el sonido ambiente de una transitada avenida de Capital Federal). ¿Qué podía pasar? No será justamente ahora que viva una experiencia que le arruine la existencia o la despierte demasiado. No será hoy el día de ver algo que no se vaya aún cuando cierre los ojos.

- No es tan difícil, bajás, levantás el acolchado de la punta, estirás la sábana, la enganchás a la cama y fin de la travesía.
- ¿Pero sabés lo que dura cada segundo cuando uno baja los pies a la madrugada en una enorme y oscura casa?
- ¿Cuándo se dejarán de usar los pisos de madera?.-

Todo eso pasaba por su mente mientras miraba hacia el piso, como un náufrago que se despierta en su balsa en medio de algún océano oscuro y horrible.

-Todo ésto pasa porque no tomé la homeopatía.
Pensó en voz alta, como queriendo que esa densidad que abrumaba el cuarto, escuche que ella estaba hablando de otra cosa, que era una mujer decidida; y automáticamente puso la mano en el cajón de la mesa de luz.

Hace 10 años padecía la ritualidad de la homeopatía. Desconfiaba tanto que prefería confiar más en la naturaleza que en ella misma. Recostada en la pared, con sus pies aún bajo resguardo de la calidez de una cama compartida, Contó 20, pero dejó caer 37 gotas bajo su lengua. Fue el oasis en el desierto. El trago de valor que hacía falta para seguir. Ubicó en el espacio, la distancia hacia la pantufla, y velozmente puso sus dos pies en una sola ,la otra requería unas cuantas centenas más de valor, estaríamos hablando de litros, había quedado al lado de la puerta.

Listo, ya estaba, inmóvil sobre 38/40 cm de tela que casi no distanciaba al pie del piso. Aflojó sus brazos, hizo una prueba de que ambos tenían la movilidad de siempre, y se avalanzó sobre la punta del colchón. Velozmente levantó el acolchado, la sábana de arriba y allí la sorpresa. La sábana de abajo estaba perfectamente enganchada, de manera imposible de desarmar durmiendo. No lo podía entender. La cuarta vez en una noche, y ésta vez decidió enfrentar el tema, no así con la canilla del baño perdiendo, la bolsa del supermercado arrollada cerca de la ventana que no para de moverse suavemente por la habitación y mucho menos con la puerta abierta del enorme piso de abajo. Y la sábana?. Aún en su isla diminuta de tela tuvo el inconveniente de decisión. Volver o quedarse. 
3:40 am. Nada que una tos bien fuerte no ayude y así obtener una reacción ruidosa, como la voz, en tantos minutos de silencio.