Si el camino de Virgilio fue capaz de volverse un mar de
caras y lo llevó hacia el infierno, ¿por qué el nuestro no puede tener un par de
baches, montañas y cortes de luz?. ¿ Por qué siempre tenemos que sentir que
estamos en el desierto donde llueve fuego como Ulises?. Todavía es agua lo que
nos cae, y eso tiene que ser valorado.
Como también tiene que ser valorado cada esfuerzo, cada
movimiento, cada puesta energética en algo o alguien. Pero tiene que ser
valorado por nosotros mismos, y eso es lo único que nos va a servir en esta
ruta para poder seguir. Porque para el que no ve lo hermoso que uno es en las
cosas que hace, resulta muy fácil, para aquellos que tienen el núcleo helado,
enfriarnos la sangre. Y no hay nada peor que una gran recipiente lleno de amor
a punto escarcha. Porque pesa, duele y contagia. Congela todo lo que toca, todo
lo que ve, todo lo que piensa. Y a veces somos nosotros los que bailamos en el
pensamiento de una cubeta de hielo, de esas que hace años están en el freezer
del Universo, que por más que se descongele una vez cada tanto, como la
heladera de mi casa, nunca van a lograr vaciarse y volverse a cargar, si ellos
no lo permiten, si ellos se quedan en eso de que “el hielo es solo para enfriar”
Y esas mismas personas son las que se olvidan de que antes
de ser árbol fueron semilla. Semilla a la que alguien regó, le cantó, le habló
cada tarde y creció a la par disfrutando de la sombra que comenzaba a dar. Y
quien te dice que no puedan ser ellos mismos los que mañana se pongan a
sembrar.
Hoy el individualismo nos come los talones que
maravillosamente tapamos con grandes zapatos para disimular que cada día
tenemos el pie más chico.
Hoy importa estar en el escalón más arriba, así no
sea el de la cima, pero si adorar ser el dueño de una vista que no se pretende
compartir y conformarse con el eco como respuesta ante un “qué hermoso es todo
desde acá!”.
Hoy importa cortar menos
diez en la primera mano, cuando todos van 98, para ganar, aunque la conga se
termine.
Hoy la gente no acepta un re truco por miedo a perder, porque antes de
dejar las cartas y empezar de cero con la hoja en blanco, prefieren retirarse victoriosos y nunca más volver a
jugar.
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