martes, 2 de abril de 2013

Imán


Hay un momento donde el corte de luz es casi necesario.

Cuando uno tiene más de una sensación activa casi al mismo momento, difícilmente se pueda manejar sin ser abordados por las mismas.

Cuando venis con ganas de ir al baño, después de una hora de aguantar en el bondi que pasó por todas las calles coloniales posibles, en el momento que estás entrando se te aflojan las piernas primero que nada. Ese correr con las rodillas casi pegadas sabemos que es imposible y dificulta más la llegada, pero igual lo haces. Si es pantalón con botones, se te enredan los dedos y si es un jogging es que una buena tenías que pegar. Y se sentas, alivio, placer y todo lo que antes venía a 220 pasa a bajar de velocidad, movimientos lentos, cuidados. Esa sensación parecida a cuando apoyas la cabeza en la almohada después de 30 horas de gira.
Con la atracción de persona a persona pasa lo mismo. Cuando te agitan la botella y la efervescencia sufre un descontrol interno, cada burbuja refleja una sensación, entreverada, enloquecida. Si venías con ganas de ver al atraído/atractor (aunque no exista no queda mal) generalmente uno hace un paneo general de la situación, un mapa semántico de opciones posibles para cumplir con todo lo que se espera sin que se note que eso mismo era lo que se estaba esperando. Y no, no es fácil.
Cuando la imantación comienza su trabajo de la forma más ruda e insoportable, la cabeza estalla, la sangre te juega una fórmula uno, el cuerpo comienza con movimientos no planificados y de esos que generalmente no concuerdan con el contexto. Te reís de nervios, te enojas de nervios, no queres pasar de nervios pero de los mismos nervios, pasas.
La tormenta se desata, rayos, truenos, centellas, tsunamis.  Pero siempre hay un rayo que te salva la vida y te achicharra un cable. 

Corte de luz.
Alivio.
Todo vuelve a su lugar y la atracción puede disfrutarse como se debe, acercando por sensación, mirando con el cuerpo.

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