sábado, 25 de agosto de 2018

La sonámbula


Me hice experta en caminar, al tanteo, a oscuras,  y tener protegido el dedo chiquito del pie. Cuando te entran por la azotea, poder proteger algo propio, por mas pequeño que sea, es un privilegio. Y tener hoy en día un privilegio, no es fácil.

Soy sonámbula noche y día,  y aunque me cago de miedo, camino firme.
Conservo la palidez típica de una sonámbula, encima mi pelo es oscuro y largo, ando bastante descalza, pero no cargo un vestido blanco fantasmal. No es que no me gusten los vestidos, es que deje de dormir en invierno.
Quiénes si se durmieron muchas veces fueron mis brazos, como si los hubiese metido en un hormiguero, donde en vez de tirarme agua me tiraron con arena. Y así, raspando, ardiendo y sangrando, todavia puede leerse en uno de mis brazos que la revolucion es con amor.

Por más que parezca un robot, con movimientos limitados y reiterados, por suerte no lo soy. Y pude comprobarlo aquella primera noche que, al tanteo, metí la pata en un charco de agua de lluvia que se coló por un techo en llamas. No hubo chispazo ni cortocircuito, solo frío y humedad.

Todas las agujas están enloquecidas, giran sin parar y cambian de direccion en un abrir y cerrar de ojos. El reloj, la brújula, la aguja y el hilo que tratan, a los tirones, de cerrar un agujero.

Soy una sonámbula de día y de noche. Que sube y baja escaleras. Que se mete al mar y se sienta en los medanos. Que va y que viene, buscando entre sus cachos de carne y piel, el botón que dice: MODO VIVIR

Si me ves por ahí perdida, abrazame fuerte, seguro esos segundos de brazos entrelazados y ojos cerrados me recuerden como era dormir en paz.

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